miércoles, 25 de mayo de 2011

Luna llena de Mayo



No encendí nuestra vela roja esa noche.
No pude. Tenía que estar con mamá. Yo sabía que esa sería nuestra última noche juntas. Ella durmió todo el tiempo. Se fue por la mañana.
M. me dijo que él si encendió la vela en casa, que habló contigo, luna, que te explicó que yo tenía que estar a su lado, velar su sueño para que se fuera tranquila y despedirme de ella.

Quizá no se ha ido del todo. La llevo en mi piel, en mis huesos, en mi sangre. En mis pensamientos, en mis emociones. En mis recuerdos.

Mamá, ojala estés aquí, mirando por encima de mi hombro mientras escribo esto que me cuesta tanto escribir. Ojala sepas que te quiero con toda mi alma. Perdona si me equivoqué alguna vez. Perdona si he estado confusa en algunos momentos. Perdona mi ira, mi rabia al ver que te ibas a una nube y te perdías en ella por culpa de tu enfermedad. Esa ira no me dejó consolarte algunas veces.
Pero tú siempre estuviste orgullosa de mí y de mi hermana.

Hace pocos días se cumplieron 47 años desde que me pariste. Fuiste mi madre entonces, porque el destino, o Dios lo quisieron así. También fuiste mi madre toda mi infancia, mi juventud. Cuando estabas clara, y cuando estabas oscurecida por la enfermedad. Y sigues siendo mi madre ahora que no te puedo ver ni coger tu manita. Gracias por dármelo todo. A tu manera, de tu forma particular. Lo hiciste lo mejor que supiste y pudiste. Y lo hiciste bien. Todo está bien. Ya no hay rabia, ni culpa.
Cuando te dejaba, en estos últimos tiempos me preguntabas "¿Cuándo vuelves?" Y yo te contestaba “luego”.

Hasta luego mamá. Volveré a verte, como siempre. Pero ahora tengo que vivir, tengo muchas cosas que hacer todavía. No me olvides, espérame y si puedes, échame un cable. Yo no te olvidaré, y te llamaré para que me acompañes cuando la vida se me ponga cuesta arriba y para que me ayudes a volar contigo cuando me llegue mi momento.