
No sé si lo sueño, o sólo lo imagino.
Hay una niña dormida en la cuna.
No está solo ella, otra niña está a su lado. Y hay otras cunas, y otras niñas. Unas duermen, otras tienen los ojos abiertos en la oscuridad, pero no lloran, ni se mueven.
Yo sé que es ella, porque hay una golondrina dibujada en su pijama.
Es todavía muy pequeña. Su piel es muy blanca y su pelo muy negro.
Tiene los ojitos cerrados y respira muy suavecito. Quizá está soñando.
La sala es muy grande, y hay un ventanuco que esta noche está abierto, porque todavía no hace demasiado frio. Y una luna llena, pequeña, asoma y llena de rayos la habitación. Esos rayos son como nuestras vidas. Lo llenan todo de dibujos, círculos de luz que van moviéndose despacio, de una cuna a otra.
Yo me fijo en ella, y tiemblo un poco.
Le pido perdón. A veces no quiero pensar en ella, no quiero mirar. Está todavía demasiado lejos de mi. En otro tiempo y en otro lugar. Y me duele. Y miro para otro lado.
No sé si conseguiré llegar a ella. Sé que el tiempo que tenemos para vivir es poco importante, tan minúsculo en el universo tan grande... donde no hay medidas, aunque nos empeñemos en conocerlas. Es como una broma pesada, llevamos la misma sangre (no la de los glóbulos, sino esa otra que es aún más esencial) y estamos separadas. Quizá siempre lo estemos, como una maldición dentro de una leyenda, dentro de una bola de cristal donde siempre nieva... buscándonos en nuestros sueños, imaginando cómo será nuestra piel y nuestra risa, pero sin vernos ni tocarnos.
Ojalá creyera en un Dios, grande y bondadoso, para pedirle que nos una por fin.... Pero yo sólo tengo esa luna pequeña que dibuja su carita en mis sueños. Y enciendo mi vela roja, imaginando que es la misma luna que se acerca a su cuna y la roza apenas. Y seguimos esperando, aunque el tiempo pasa tan despacio que a veces parece detenido.
Te quiero Lee, desde siempre y para siempre.